Microrrelatos elegidos de la tercera semana de concurso “¿Tienes una historia?”.
Estamos en la recta final del concurso. Participa hasta el días 18 con tu microrrelato, tu vídeo y en nuestro Búho Trivial. De momento disfrutad de los 10 microrrelatos elegidos de la tercera semana del concurso #40aniversariobuhos
Los años no pasan por ti
La movida, salir, fumar, los flequillos y cardados. Eran tiempos felices en que todas las alocadas noches terminaban entre apasionados besos dentro de un autobús, rojo como el carmín de moda, que a las doce menos cinco partía de Sol y del que una joven de ojos verdes, melena castaña y medias de rejilla salía, tacones en mano, llegado a Vallecas, donde trataba de entrar sigilosamente en la casa familiar. Ha pasado mucho tiempo, toda una vida de idas y venidas, de lluvia en los cristales y amaneceres radiantes. Las cosas han cambiado, y ahora, una joven de ojos verdes, vaqueros y melena castaña con mechas rosa se baja del N9 temerosa, ¡Son más de las tres! Entró vacilante en casa esperando que todos estuviesen dormidos, pero allí estaba su madre, sentada en el sillón con mirada furibunda: “Cómo me recuerdas a mí… ¡Pero no te librarás del castigo!”
EL ÚLTIMO ULULATO
Francisco apagó el motor y volvió la cabeza, el corazón le dio un vuelco al comprobar que el autobús estaba repleto. Allí había amistad, alegría, fe, felicidad, sorpresa, admiración, confianza, esperanza, gratitud, melancolía, nostalgia, orgullo y satisfacción. En la parte trasera se formaba un corrillo lleno de tristeza, miedo, rabia, dolor, lástima, temor, aburrimiento, egoísmo, angustia, ansiedad y antipatía que intentaban, sin éxito, acallar el murmullo procedente de la parte delantera. Bajó con decisión y, efectuando el cambio de turno, entregó las llaves al compañero llevándose con él para siempre unos pasajeros muy especiales que le habían acompañado durante buena parte de los últimos cuarenta años. Consultas y votaciones para dar paso a una democracia o una constitución, fallidos intentos de golpes de estado, cobardes y miserables atentados, una capitalidad europea de la cultura, una enigmática entrada a una nueva moneda, una criminal masacre en un transporte hermano, una crisis cruel y sin precedentes. El hombre saludó a la diosa Cibeles como tantas otras veces y se encaminó para casa con los ojos vidriosos haciendo caso omiso de aquel hermoso amanecer que Madrid regalaba a sus habitantes.
Hechos de pluma.
Cualquiera puede derramar palabras sobre un papel y jactarse de escritor. En estas, decidí dar forma al relato y pegarlo en los mismos cristales del Búho donde tuve noticia del concurso. Coloqué alguno sobre los asientos y entregué otro a la joven conductora del transporte nocturno. Me informó de las bases y le devolví una risueña mueca. “Las historias no deberían ganar o perder, nacen solo para ser contadas y para que la gente las lleve consigo. Como usted los lleva a ellos a todas partes”, dije.
Los de “N” grande
Comenzaron a prestar sus servicios cuando tenía alrededor de diez años. Ahora cumplen cuarenta rodando por las noches, los buhos de la EMT. Ya cercano a la mayoría de edad,al trasnochar por ocio u obligación; de no funcionar otro medio eran la mejor opción como transporte en Madrid. Eran autobuses rojos de “N” grande, de guardia todo el año y a deshoras. Había especies nocturnas que los requerían. La cabecera de linea se distinguía por las colas de inicio de trayecto. Juventud terminando fiesta o incluso comenzándola. Currantes de media noche iniciando/finalizado sus jornadas. Y los que perdieron el último servicio diurno. Ya en recorrido van apareciendo enamorados, lobos de negocios, músculados de gimnasios mas los habituales de la linea. Según llegamos al final del recorrido, el buho poco a poco nota la falta de calor humano, desaparecen los actores secundarios… Como mucho tres personas y el fiel conductor restan por abandonarlo: EL DORMIDO de puro cansancio que no bajará hasta el final; EL AMIGUETE del conductor con su monólogo prohibido; y EL NARRADOR de este relato, que de no ser por estos antiguos recuerdos que está plasmando en papel, ya debería de estar descansando apaciblemente.
Cualquier tiempo pasado fue mejor
Después de tantos años y de tantas noches atado a éste asiento y a éste enorme volante me siento cansado, muy cansado. Ya no soy aquel jovenzuelo alocado de antaño que pasaba las noches en vela, conduciendo por las calles y transportando a toda aquella fauna que en el Madrid de los 80 desfasaba, y a la vez ponía las primeras piedras de un movimiento cultural que cambió la ciudad y la vida de todos. Era el Madrid de Tierno, donde todo valía, sobre todo si eras diferente, llevabas melena cardada, ropa medio rota, crestas de colores, escuchabas a Madonna y forrabas la carpeta del instituto con portadas del Superpop. Eran otros tiempos. Sobre todo lo noto en que la luz era otra y la oscuridad también, en que entonces no teníamos tantas preocupaciones como ahora, no estábamos pendientes de la hipoteca, ni de la prima de riesgo, ni de si algún día estaríamos en la cola del paro. Sólo nos dedicábamos a vivir, sin más. Hoy mirando desde la distancia, pero desde el mismo asiento del N19 lo tengo claro; las gafas de la melancolía me desvelan que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Insomnio
Puede que el insomnio sea el más oculto de mis vicios, el más visceral. Madrid de noche es un desenfreno de destellos eléctricos, de velocímetros rebeldes; de Dioses y Diosas de miradas tenaces, implacables ante el frío que estremece a los humanos. Y yo, sin pensarlo, me dejo engullir, pasando a formar parte de esas esquinas mal dobladas y lenguas avivadas por el alcohol. Y sólo cuando veo la hora enmarcada en esa marquesina, soy consciente de mi afición a no dormir, porque me veo en pupilas ajenas y en reflejos que ofrecen salidas de emergencia. Pero yo no quiero escapar, pues me encuentro en el único lugar donde el insomnio se comparte. No temo quedarme en mitad del trayecto, ni que el reloj se precipite, ya que si los párpados tuvieran la tentación de caer, el búho se mantendría despierto, obstinado en el vuelo, ajeno a la infinidad de historias que lleva a la espalda, pero con el objetivo claro de que todas y cada una de ellas hallen el final deseado.
A mitad de camino entre el infierno y el cielo.
Las calles madrileñas brillan con luz propia a través del cristal de aquel nocturno autobús. Soy la única pasajera en un transporte que huele a retazos de vida y sueños abandonados. La única persona aparte del conductor. Le contemplo desde detrás, parece que su pelo empieza a escasear por el paso de los años, y me pregunto cuánto tiempo llevará aquí. ¿Cuántas historias rotas habrá escuchado? ¿Cuánta felicidad habrá contemplado con sus ojos? ¿Cuántas mentiras y verdades, bañadas en lágrimas, habrá tenido que soportar? Me acerco a él, movida por una curiosidad interior que no puedo frenar. Yo también quiero narrarle mi historia, confesarle que he llegado a Madrid para descubrir un futuro por mí misma, que ya no tenía esperanza en el mundo que me rodeaba y necesitaba crecer, que por dentro mi realidad estaba acabando conmigo y necesitaba resurgir de lo que quedaba de mí. Quiero decirle tantas cosas que no sé por dónde empezar. Pero entonces un semáforo inunda de rojo la parte delantera de aquel búho y cuando sus ojos azules me observan, como parecen haber observado tantas cosas en el mundo, solo cinco palabras salen de mi boca: – Por favor, cuéntame tu historia.
PARADA FUERA DE LUGAR
Todos las noches paraba en aquel lugar tan frio y solitario, el chofer tenía que recoger a quien tanto había amado, normal, no fuera extraño, ni inquietante para los demás pasajeros, salvo que aquella no era una parada acostumbrada, era una parada fuera de lugar, él recordaba con nostalgia aquellos tiempos que pasaron juntos, y siempre sentía ese suspiro que sin hablar lo decía todo, y es lógico, porque aunque ya no estaban juntos, ya no había rencor en su corazón, solo perdón. Los pasajeros de rutina ya estaban acostumbrados a la parada fuera de lugar, quizás porque la mágica quietud de la noche y las calles salpicadas de la húmedad, son un calmante natural para el alma, lo suficiente para que ningún pasajero se quejara por los pocos segundos que se retrasaba el viaje, pues aunque cansados, a esa hora de la madrugada nadie tiene prisa por llegar a una cita. Nada de extrañar, sino fuera porque la penúltima parada estaba frente al cementerio y allí quedaba quien nadie ve nunca subir y mucho menos bajar.
CIBELES – CONDE DE CASAL
“No hay maestro sin alumno. Y no hay corrupto sin poder”; sentenció satisfecho el del asiento de atrás, como si hubiera descifrado algún jeroglífico egipcio. Discutía con su amigo de política: tema de latosa actualidad. No hay autobús sin intelectual ambulante, me decía yo; sobre todo la noche de un viernes. Claro, seguramente, yo veía las cosas de manera diferente al resto de pasajeros. Poco importaba. El N9 continuó su ruta a través de la oscuridad, abriendo sus puertas en cada parada al cansancio, a la borrachera, a furtivas almas silenciosas… un festival de espectros sobre ruedas. En Atocha se apeó mi compañero de viaje y se instaló otro a mi lado, con un gruñido. Los del asiento de atrás, el intelectual engreído y su amigo, se habían quedado callados. Tal vez se estuvieran besando. Justo antes de llegar a Conde de Casal desplegué mi bastón y me levanté, no sin dificultad. El intelectual me tocó el brazo con dulzura: “¿necesita ayuda?”, preguntó. Le había prejuzgado torpemente. Acepté agradecida su asistencia y, antes de bajar, me sumergí en su tacto y su aroma; imaginé un rostro atractivo y un corazón generoso. No hay intercambio social sin misterio. Nos dijimos adiós.
Noche sin fin
Una noche más, la veo aparecer a lo lejos y siento un hormigueo en las manos. Se acerca guiada por su serena nariz aguileña mientras yo contengo la respiración. Sube despacio, como subiría la luna a un carruaje, yo sonrío con los ojos y se sienta donde siempre. Imagino sus piernas bajo el pantalón, puedo oler su pelo, mordería sus nalgas toda la noche. Arrancamos y las curvas nos alejan y nos acercan. Una noche más, ella me toca y yo no digo nada. Solo miro al frente y respiro cada vez más agitado. Ella maneja mi enhiesta, torcida y gastada palanca de cambios y me hace lubricar de placer. La noche silenciosa y fría nos acompaña mientras callejeamos Carabanchel arriba y Carabanchel abajo, luciendo el 34, mi favorito. Rugiendo y quemando rueda, euforia y suspiros en cada semáforo, pienso una vez más que lo nuestro es imposible, sí, pero que la noche no tiene final si puedo sentir sobre mí su cuerpo, en la cabina su cantarina voz, sus largos pies aplastándome contra el asfalto de las calles de Madrid.
Esperamos que os hayan gustado. Si deseas participar con el tuyo, puedes hacerlo a través del siguiente enlace
El último relato ( “El final de la noche”) se pasa bastante de las 200 palabras establecidas. Eso es jugar con ventaja sobre los que se han limitado a las 200 que establecen las bases del concurso
Hola, vamos a revisarlo. Si es así lo daremos por descalificado. Gracias por el aviso. Un saludo.
Cierto, algunos microrrelatos seleccionados no cumplen las normas, superan las 200 palabras, aunque se descalifiquen, la oportunidad para otros trabajos a quedado muerta sin remediarlo de ninguna manera.
¿Cómo pueden seleccionar un
microrrelato para una clasificación en fase eliminatoria, qué no cumple las
bases?
Buenos días, ha sido un error que ya se ha solventado. Se ha sustituido por el siguiente de la lista con más puntos. Un saludo
Rectificación de correo por error.
Buenos días, Hemos tenido que descalificar dos microrrelatos que se excedían de las 200 palabras estipuladas en las bases del concurso. Se han sustituido por los dos siguientes en la lista con mayor puntuación. Un saludo. 🙂
Sólo comentar que el relato “Cualquier tiempo pasado fue mejor” está publicado dos veces. Un saludo.
Solucionado. Gracias. 😉
Buenas tardes, les transmito una pregunta: ¿los 40 relatos seleccionados van a ser publicados juntos en algún lugar? ¡Muchas gracias! Un saludo.
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