Microrrelatos elegidos de la segunda semana de concurso “¿Tienes una historia?”.
La participación del concurso va en aumento, y cada vez resulta más difícil decidirse por diez de ellos, pero después de un gran trabajo del jurado, os podemos ofrecer el resultado. Disfrutad de los 10 microrrelatos elegidos de la segunda semana del concurso #40aniversariobuhos
TODOS NOSOTROS, PARADA A PARADA
Era como un lienzo impresionista: el último beso lanzado desde la ventanilla, como si nadie más pudiera verte y luego un recogimiento de emoción contenida; el de los cascos puestos, con una bachata que se oiría hasta desde el autobús de al lado; la de cuarenta que vuelve del teatro con las amigas; la de cincuenta que se abrió de nuevo a la noche de la mano de un amor adolescente… y su último beso lanzado desde la ventanilla… El verano que la ciudad parece que no duerme; en invierno que el frío se queda abajo y los noctámbulos se dan calor en su anónima solidaridad. Rostros y rostros, el solitario que borró su sonrisa y el socialmente bien alimentado que tiene la suya a flor de labios. Me gusta esa complicidad de las noches de El Buho de Madrid, todos en un saco, los de aquí, los adoptados y los que van de paso, el loco, el universitario, el trasero respingón que se lo bailó todo, el bolso en bandolera, el que lleva en la mirada un “¡míralos, de divertirse! Si vinieran de currar, como yo…” . Un viaje por un cuadro que dibuja su humanidad parada a parada.
EL ANCIANO
El hombre cansado, sumido en mundanas divagaciones, no notó que el anciano se había sentado a su lado hasta que comenzó a hablarle en un susurro arenoso. Le habló, para su sorpresa, de las maravillas inconcebibles que había visto en sus viajes con ese mismo autobús: los grandes desiertos de Orión, donde los ermitaños sueñan maravillas; los montes eternos, hogar de gigantes y dragones; los reinos de nubes de plata, donde baila la emperatriz del Universo… El hombre cansado tomó al anciano por un loco, aunque una semilla de duda se revolvía en sus entrañas. Por eso, antes de bajar del autobús, preguntó al conductor. Este, con una melancólica sonrisa, le explicó que aquel viejo no mentía, pero que sus viajes no eran sino sueños. El anciano, que no tenía hogar, dormía siempre en el autobús. Y así era. En aquel instante dormía con la mejilla contra el cristal. Así, el hombre cansado se apeó sin saber que lejos de allí, en el gran desierto de Orión, un viejo ermitaño soñaba que volaba sobre un búho azul sobre las bellas calles de Madrid.
BÚHO Y ALONDRA
Dicen que el mundo se divide en dos tipos de personas, los búhos y las alondras. Laura, desde que decidió trabajar entre aroma de pasteles y pan recién hecho, era alondra empedernida y cada día se levantaba antes que el sol. Para Miguel, portero de noche por vocación, su día terminaba cuando empezaba el siguiente. Así que búho y alondra se cruzaban diariamente a las cinco, hora de Cibeles. Sus relojes cambiados no tenían más en común que una plaza y un N20 pero, un día, de tanto mirarse la una al bajar, el otro al subir, se les pararon a ambos reloj y corazón. Así que bajo la atenta mirada de la diosa y sus leones se fueron juntos a ver amanecer camino de Recoletos subidos en el primer nocturno que apareció por allí. Dicen que meses después Cibeles ofició la boda y el planeta Saturno puso los anillos. Que lo que ha unido un Búho…, no lo separe el nadie.
UNA SONRISA EN EL CRISTAL
Perdí el tacón de mi zapato derecho. Esa noche, las escaleras de la Sala Sol caminaban algo embriagadas. Me tendiste la mano y te ofrecí un cigarro. Bailamos, reímos sin mesura y nos dimos un beso en la comisura. Salimos, necesitábamos más aire, música de otro tipo, abrazos zigzagueantes. La lluvia nos esperaba, apagó las colillas de los cigarros, llenó el asfalto de nostalgia. Cibeles aguardaba. Yo coja, tú de guasa. La cola del bus, muy larga, una marabunta de hormigas humanas indecentemente apiñada. Nos hicimos hueco, entré por los pelos, te di las gracias, dibujé una sonrisa en el cristal. Te quedaste mi tacón, me olvidé de tu beso.
DRAGON ROJO
Erase una vez un reino frio y neblinoso. Los jóvenes campesinos iban durante los días de fiesta a los mercados, tabernas y burdeles de la ciudad y, al anochecer, caminaban hacia las puertas de la muralla, encaminándose a sus hogares extramuros. Entre todos ellos, se encontraba una campesina de breve estatura y melena interminable. Nuestra campesina, con los zapatos en la mano, cansada de caminar; bajaba la calle principal hacia una de las puertas. Estaba despeinada, ojerosa, agotada y se dejó caer cuando pasaba frente al palacio, mientras su melena se esparcia por el suelo como una sombra más de la noche. Se oyó un rugido atronador, todos corrieron, mientra ¡ríe con sus ojitos de sueño. Al momento lo ve frente a ella; es el dragón rojo, que la monta en su lomo, dejándola en un vuelo rápido sana y salva a la puerta de casa. Es 1984 y nuestra campesina que vive en Canillejas, cruza cada sábado la muralla a través de la Puerta de Alcalá a lomos del BUHO nº2. Conduce Juanjo, que siempre espera en la parada hasta que la ve entrar en el portal.
EL NCALABAZAS
Antes de abandonar la discoteca, intercambiaron el número de móvil y un último beso. Perdía el búho y creyó bajar Gran Vía como lo hiciera Cenicienta al anunciar el reloj la medianoche. Siempre receló del empalagoso final feliz de los cuentos de hadas. Sin embargo, aquella madrugada, corría hacia Cibeles con el pálpito de que comería perdices junto al príncipe azul de Aravaca que había conocido. Subió al autobús como si entrara en una linda carroza de zafiro y ópalo, imaginando al conductor de la EMT convertido en elegante cochero, y el Paseo del Prado, en los mismísimos Campos Elíseos. En Atocha, se derritió al evocar ese “Mañana te llamo” susurrado por el otro al despedirse; y ya en Pacífico, la impaciencia le empujó a telefonearlo. Entonces ocurrió. Entrar en Vallecas fue como apearse del cuento. El número marcado no existe, oiría varias veces antes de descender del N10. Comenzaba a llover y, decepcionado, mientras observaba el humo expelido por la gigantesca calabaza que ya doblaba hacia la avenida Palomeras, maldijo la lluvia, a los príncipes azules mentirosos y los presentimientos. Eso sí, emprendió el camino a casa agradecido porque, al menos, no había perdido ninguno de sus zapatos.
FIEL O INFIEL.
De nuevo pasa a la hora oportuna. Esa hora en la que espero que sea él quien me lleve a trabajar. Y sí, un día más es mi chófer particular en el N2. Al que estaba esperando. Siempre que puede sonríe cuando subo al autobús, evita los baches y las alcantarillas. Jamás se pasa una parada. . Quizá no sea el más simpático, ni el más joven. Es parco en palabras, serio y concienzudo. ¡¡Cuántas veces habrá comprobado mi metro-bus extrañado porque use el de 10 viajes!! Me lleva al curro. Está escuchando a mis compañeros. Me deja a 50 metros de la emisora. Siempre lo hace. Un día pregunto a mi chófer particular: “¿Escucha siempre esta emisora?”. “Cada día, todas las noches”, me responde. Creo que no lo sabe pero, cada una de esas noches, poco más de 2 horas después me está escuchando. Le estoy contando noticias. A veces de aquí y, otras, de más lejos. Mi chófer es fiel a mí y a mis compañeros. Yo a él y a los suyos… no tanto. Y es que, a veces voy andando a mi destino.
EVERY NIGHT, IN MY DREAMS…
El N21 vuela raudo atravesando las calles de Madrid capitaneado por el chófer polaco que me trae por la calle de la amargura. A la altura de la calle César Manrique los acordes de Titánic inundan el autobús y mientras Celine Dion canta “My heart will go on” el conductor abandona los mandos para dirigirse hacia mí. Tras calmarme con un: “tranquila, he puesto el piloto automático” me toma entre sus brazos para cubrirme de besos haciéndome sentir la mismísima Kate Winslet. La magia se rompe cuando unas extrañas palabras llegan a mis oídos: “Señogita estamos en Agoyo del Fgesno, debe bajag”. Aturdida, despierto ante el verde oleaje de sus ojos que me miran desconcertados. Sintiéndome la más zopenca de entre todas las torpes escapo de su presencia sin siquiera darle las gracias, y me alejo de la parada hasta ocultarme a su vista para volver a ella, minutos después, una vez que ha reanudado la ruta. Mis estúpidas ensoñaciones me han hecho pasarme de parada y ahora tendré que esperar hasta la llegada del próximo búho que, para colmo de males, no lo conducirá él, sino ese calvo regordete que siempre lleva un palillo en la boca.
SU SONRISA DEL CUARTO CRECIENTE
Han pasado 25 años y parece que fue ayer, nunca lo olvidaré. Mi conductor favorito, un hombre de mediana edad, de aspecto bonachón, pero sobre todo con una sonrisa que parecía la de un cuarto de luna que se había bajado para colocarse en su boca. Siempre alegre, siempre dispuesto, siempre servicial, pero siempre lo que más me gustaba escucharle era “Muy buenas noches tenga señorita”. Era como si me diese ese impulso para subir las escaleras del Búho número 1. Un día, mientras buscaba mi Bonobús, le dije que daba gusto siempre verle sonreír, a lo que me respondió que por qué no lo iba a hacer si veía todos los días amanecer (yo no sé si me lo dijo porque lo veía realmente trabajando o por el simple hecho del día a día). Pero sobre todo lo que más me gustó fue cuando me dijo que le encantaba ver “el efecto reflejo que una simple sonrisa ejercía sobre nosotros” Después de varias semanas no le ví, pregunté a su compañero y me dijo que había fallecido. En mi mente sólo apareció su sonrisa del cuarto de luna con una frase “La vida son dos días vívala intensamente Señorita”
HIJOS DE CIBELES
Ya ha empezado. La Diosa Cibeles ha dado la señal pertinente para que sus hijos marchen en busca de aquellos que necesitan poner fin al frío ambiental de Madrid. Fieles, serviles, nunca faltan a su cita. El rugido de los leones inaugura el largo viaje que espera a esos grandes héroes que transportan en inigualable seguridad a los ciudadanos. Se abren paso entre la bruma y aparecen ante nuestros ojos como arcángeles de salvación, irrumpiendo en la oscuridad con un brillo que precede a la satisfacción. Basta un gesto de mano y sus ruedas dejan de girar. Las puertas se abren incitándonos a comprobar la comodidad que se nos ofrece hasta dejarnos en nuestros hogares. Entonces comienza el viaje. Dejan de ser únicamente transportes para tomar el papel de confesores, de compañeros y de incitadores de nuestras más profundas reflexiones. Desde dentro, sus cristales muestran un exterior indeseado que nos hace sentir dichosos de permanecer cómodamente sentados dentro de ellos. Un privilegio que siempre estará a nuestra disposición y que nunca se nos niega. Gracias, guardianes de la noche, gracias, hijos de la Diosa, pues veláis por nuestra seguridad y sin queja alguna nos trasladáis protegidos hasta el hogar.
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