Nuestro concurso ’75 años de historia’ llega a su fin
Desde que arrancase nuestro concurso ’75 Años de Historia’, la respuesta del público ha sido excepcional. En el apartado de microrrelatos hemos recibido cerca de 400 participantes y en el apartado de fotografía por Instagram, más de 100.
Se acerca la fecha de la decisión final, antes del 31 de diciembre, y nuestro jurado va perfilando quienes se llevarán, en el caso del apartado de microrrelatos, esos 300 y 200 euros por ocupar el primer y segundo puesto respectivamente del concurso. Saldrán de estos 15 microrrelatos finalistas seleccionados que puedes leer a continuación:
Línea 37, de Pacífico a Cuatro Caminos. Me fijé en él, qué guapito. Ah, también toma el F para Ciudad Universitaria. Yo me bajo en Físicas y él sigue. ¿Irá a Teleco, a Derecho, a Filología?
A la vuelta nos bajamos en la misma parada, ¡somos vecinos!
El corazón me late fuerte cada vez que llega el 37. ¿Vendrá hoy? ¡Sí! Que bien le sientan los vaqueros.
Cómo me gusta mirarlo. No lo puedo evitar. Ya ni me fijo en la Cibeles ni en el Prado, las vistas que tanto amo. Él también me mira, así como disimulando. Hoy al bajar me ha cedido el paso con una sonrisa. Parece tímido, pero ¡qué ojazos!
Y me he dicho: de hoy no pasa. Aunque me ponga roja como un tomate, aunque no me vuelva a hablar en la vida. Y yendo los dos de la parada del 37 a la del F me he armado de valor: perdona, ¿vas también a Ciudad Universitaria?
Algunos domingos nos llevamos a los niños en la ruta Universo EMT 37-F. Ellos se lo toman como una peli de aventuras. Y les contamos que la superheroína encontró al superhéroe en una ruta de autobús.
Un fantasma en el autobús. Aquella noche, no había nadie en el autobús N7.
Sin embargo, la lucecita que decía “parada solicitada” se encendió cuando pasaba junto al cementerio de la Almudena. El conductor, creyendo que era un error informático, la ignoró.
Entonces, una fría voz susurró:
–Jefe, te has pasado mi parada.
El conductor dio un frenazo y miró a su alrededor. No había nadie.
–¿Me abres, por favor? –repitió la voz.
El conductor empezó a rezar.
–Que te estoy hablando. Ábreme.
–¡Vade retro!
–Déjate de tonterías y ábreme.
–¿No vas a hacerme daño?
–¿Yo? Solo quiero llegar a casa.
–¿No puedes atravesar la puerta y ya? ¿No hacéis eso los fantasmas?
–Yo sí que te voy a atravesar a ti como no me abras de una vez.
–No te pongas farruco, que seguro que no has pagado billete.
–¿Y qué vas a hacer? ¿Mandarme la multa al nicho?
El conductor no supo qué responder, por lo que claudicó y abrió la puerta. Al instante, la temperatura volvió a subir. Aunque no podía ver al fantasma, supo que se había ido.
Intentando ignorar aquel suceso, siguió conduciendo…
Pero entonces, otra voz preguntó:
–Disculpe, ¿queda mucho para Vicálvaro? ¡Que llego tarde a una ouija!
Setenta y cinco años juntos. Cuando cogí el autobús para ir al cole, estabas sentada al final y te saqué la lengua. Las niñas me parecían unas tontas. Tras un par de paradas empezó a gustarme tu pelo. Cinco minutos después de sentarme a tu lado nos pusimos de novios y me presentaste a tus padres. Para la parada de la avenida ya nos habíamos casado. La luna de miel nos duró apenas cien metros. Enseguida llegaron los niños. Los sentamos cerca y los llevamos al cole mientras nosotros corríamos para no llegar tarde a nuestros trabajos. Ya adolescentes hacían como que no nos conocían y se sentaban en la otra punta del autobús. Tú y yo nos enfadamos y nos dedicamos a ver pasar Madrid desde ventanillas opuestas. Estuvimos a punto de bajarnos, pero seguimos intentándolo y volvimos a sentarnos uno junto a otro. Para entonces los niños decidieron cambiarse de autobús. Empezó a oscurecer, no nos soltábamos las manos porque daba miedo no reconocer el paisaje del exterior. Así, llegamos al final del recorrido. Yo me bajé después de mirarte largamente y decirte cuanto te he querido durante todo el trayecto. Tú cogiste otra línea, pero asegurándote de que fuera de corto recorrido.
El último viaje. A los 75 uno es viejo para casi todo. Por eso el día de mi aniversario decidí cometer una última locura. Deseaba volver a las calles, sentir el calor de la gente, y esa banda sonora del tráfico, que apenas recordaba.
Salí a primera hora, sin que nadie notara mi ausencia. Arrastré mi viejo chasis hasta La Castellana, continúe por Recoletos, y saludé a la Cibeles. Los viandantes me observaban como si hubieran visto un fantasma. Algunos se cubrían la nariz para no respirar el humo de mi tubo de escape, y me gritaban “chatarra”. Aunque con el traqueteo del motor, casi no escuchaba sus improperios.
Me crucé con uno de los nuevos, que me cedió el paso, por respeto supongo, y me dió las luces para avisar de que me seguían los municipales. Se lo agradecí con un bocinazo y aceleré, disfrutando de mi última gamberrada. En Atocha me dieron alcance, y entre aplausos de los más nostálgicos y un atasco monumental, me llevaron al desguace.
La 146. Al más puro estilo “Rodolfo Valentino”, con su pelo engominado, chaqueta blazer con doble botonadura, corbata de lacito, gemelos vistos cerrando los puños, pañuelo de cachemir en el bolsillo y flor en el ojal, Benito Cascales, Benitín, toma cada domingo la 146 desde El Carmen a Callao. Si consigue asiento, disfruta del viaje como si fuera en limusina. El tour le lleva por un hermoso paseo del Madrid monumental, calle Alcalá adelante: Plaza de Toros de Las Ventas, ¡ole! mi querido Antonio Chenel “Antoñete”; Puerta de Alcalá, “de Madrid al cielo”; Plaza de Cibeles, ¡Hala Madrid!; Gran Vía, “Cóctel en Chicote” … y Callao, “Cine, Cine, Cine, Cine…más Cine por favor…” Para cada sitio tiene una frase y para cada frase una melodía que se repite para sus adentros y que a veces se le escapa en voz alta.
Benitín es un clásico empedernido, ajeno a las modas. Desde Callao baja paseando la Gran Vía “luciendo palmito”, disfruta cuando la gente le mira. Tras la exhibición, llega a su destino: La Carroza, donde tomar una copita y bailar con las damas que habitan la sala.
Entre semana, en la garita de su portería, recuerda ensimismado, feliz, las tardes de domingo.
El truco del abuelo. Mi abuelo perdió la cabeza dos veces: de jovencito por mi abuela Carmen y ya anciano por el Alzheimer. Entre esos dos extremos de extravío, se dejó la vida recorriendo Madrid en autobús.
Hoy resulta imposible pensar en un comercial sin vehículo propio pero él llegaba a todas partes.
Se arreglaba mucho y muy temprano, porque salía desde el Sur más obrero para ir a vender suministros de carbón a la zona rica, y también porque era muy presumido. Cuando iba a la Castellana se peinaba con la colonia buena, la que regalábamos por Navidad.
Le operaron de cataratas y quedó prácticamente ciego. Para mi era un misterio cómo sabía en qué punto se tenía que apear y se lo pregunté. Me respondió con voz suave de seda rota . “ Pues cómo va a ser, chiquilla. Cómo cuándo juego al tute, contando las paradas”.
Murió sin acordarse de quién era yo.
El día del entierro hice su recorrido favorito, en el 39 hasta Ópera. Fui todo el tiempo con los ojos cerrados, contando en voz baja cuando se abrían las puertas .
Él me enseñó a viajar y llegar a buen destino.
Jamás me equivoqué de parada.
De ida y vuelta. Todas las madrugadas, desde 1947, antes que el rosicler tiña nuestro hábitat, arribamos en autobús a las cocheras de la Colonia San Cristóbal -anteayer también aterrizábamos en las de Alcántara-. Hace decenios que el ómnibus es un viejo Pegaso -cómo no- articulado, pero se queda pequeño para llevarnos a todos: cada vez somos más necesarios en el Foro.
Poco después, subimos a los distintos vehículos de la flota, nos sentamos junto al conductor, le asistimos cual experimentados copilotos de rally. Si ha trasnochado viendo series, le pellizcamos; si se desvanece, aferramos el volante; si se nos cruza un temerario, refrenamos. De ahí que los buses de la EMT sean tan seguros.
Años ha, cuando a bordo había cobradores que expedían finísimos billetes amarillentos, les ayudábamos igualmente, acostumbrados como estamos a contar almas, recaudar deudas eternas y emitir salvoconductos.
A veces, una de nuestras plumas se solidifica y hace cosquillas o estornudar a los pasajeros. Sorprendidos, buscan inútilmente el ave fantasmal. Y desisten. Vuelven a guasapear o ensimismarse.
“De Madrid al cielo”, dicen. Ignoran que el viaje es de ida y vuelta.
Mis queridos autobuses. El 70. Antes de convertirse en autobús me transportó su antecesor, el tranvía, hasta la lejana Plaza de Castilla para curar mis urgencias en el Hospital La Paz, acompañado por mi abuelo.
El 28. Siempre me llevó desde la casa de mis padres al centro de la ciudad y con él estrené mi independencia juvenil.
El 51. En él transporté, en los años 70 del siglo pasado, más discos de los que podían abarcar mis adolescentes manos, desde la calle Virgen de los Peligros hasta la Plaza del Perú, cuando trabaja de “botones”.
El 38. En el centro de mi corazón. Era el que llevaba a mi madre en sus largas tardes solitarias desde su casa, ya vacía de nosotros, sus hijos, hasta la plaza de Manuel Becerra donde empezaba su deambular viendo escaparates hasta la calle de Goya.
El 15. Es el que me vuelve a llevar desde mi casa al centro 50 años después.
El Exprés Aeropuerto
Como el hilo que enlaza mi vida con la de mi hijo allí, un tanto lejos, en el centro de Europa.
Vivo relativamente cerca del cementerio de la Almudena y es la única línea y número que quiero tardar en conocer.
Esencial, modélica y tenaz. Puede que sea algo tardona. En esta ciudad, con su ruido y algarabía, es difícil llegar a tiempo. Me encanta mi trabajo, por toda la gente con la que comparto mi día a día. Por todo lo que veo. Alegrías y tristezas. Nervios y siestas fugaces. Turistas, con sus maletas. Padres, con sus carritos de bebé. Deportistas, con sus bicicletas plegadas. Me muevo por todos los rincones de Madrid, porque mi objetivo es llegar a todos los que me necesitan. Nunca duermo, dicen que si parpadeas te puedes perder algo y no me quiero arriesgar. Por eso, cuando llega la noche los habitantes de esta ciudad me confunden con un ave nocturna. He aprendido la importancia de ser inclusiva, de no dejar que nadie se quede atrás. Cada día soy más sostenible y me modernizo para que puedan viajar conmigo los que no pueden ver, los que no pueden andar, los que no pueden oír. He visto cambiar a esta ciudad, me he adaptado a las necesidades de la gente y siempre, siempre, he alcanzado mi destino. Pero si algo me diferencia del resto es que soy Esencial, Modélica y Tenaz.
El muelle. Mateo mira por el cristal y da pataditas al aire. Los pies no llegan bien al suelo, pero no parece importarle. Lleva en las manos un muelle de colores con el que no se cansa de jugar. Le fascina el mecanismo de un plástico capaz de estirarse y compactarse una y otra vez.
Observar el tráfico desde el cristal, mientras las manos siguen ocupadas con su juguete favorito: un trayecto cualquiera en el día a día de Mateo. Una conexión necesaria para ir al colegio en el otro extremo del barrio.
Pero hoy es un día diferente: los sábados no hay cole. Mamá ha prometido darle una sorpresa, aunque hay que desplazarse más lejos. ¡Hay que hacer dos transbordos! Qué ilusión. Qué intriga.
Ella también está emocionada y un poco nostálgica: están llegando a la Castellana y recuerda perfectamente la sorpresa que le produjo ver aquellos autobuses por primera vez.
-¡Ya casi estamos! Mira, tenemos que coger el 27.
Él despega la atención del juguete, mira hacia el autobús de su último transbordo. Los ojos se abren como platos, el dedo señala y la emoción se dispara:
-¡MAMÁ, EL AUTOBÚS TIENE MUELLES!
La próxima parada. Otra mañana. Otra rutina. Ambos pasajeros otean tras las ventanas. Comentan la información que les llega desde la pantalla que cuelga ante sus horizontes: “Mire, amigo Sancho. El sábado juega el Atleti”. “Lo sé, mi señor. Nervioso me hallo”. El más delgado, busca gigantes cercanos, harto de que los molinos agiten las quimeras de su amor por una tal Dulcinea. “Querido Sancho, yo me apeo en la próxima”. Bien, señor. Seguro que le irá bien, mas permítame una pregunta… ¿Es cierto que este autobús me lleva a Barataria?”. Tan cierto Sancho, que llevamos 75 años realizando este viaje…
¿Dónde está Cibeles? El bus se acerca y ella alza la mano. Se recoge el largo vestido y sube, dirigiéndose hacia los asientos del fondo para pasar desapercibida. Nota cómo ruge el motor y su corazón lo hace a la par; la emoción le invade al ponerse en movimiento y mirar a través del cristal.
Apenas con los primeros rayos de sol, la ciudad parece bañada por una luz mágica.
Cuántas veces había soñado con adentrarse en la Gran Vía, observar sus fachadas, la belleza de sus rincones. Mucho mejor de lo que había imaginado, se dice.
El bus se va llenando, poco a poco, de los más madrugadores. El señor que se sienta delante, abre su periódico y ella alcanza a ver la noticia. A pesar de la ida y venida de los pasajeros, en el trayecto sólo se habla de la desaparición.
Ella escucha con atención las hipótesis de la gente, e, incluso, se le escapa alguna que otra carcajada.
Llega de vuelta a su parada, busca la llave y vuelve junto a sus leones, que la esperan impaciente. La próxima vez, no esperará otros 75 años para ver Madrid sobre ruedas.
La vuelta de un billete de 5 euros. Papá siempre saluda al conductor y después le agradece la vuelta de los cinco euros. Yo pongo cara de cebolla en cuanto piso la escalerilla y paso el bonobús.
Papá cede su asiento a cualquier señora. Yo me avergüenzo y le digo por lo bajini: “Eso es micromachismo”, pero él, siempre sonriente, me responde que es solo educación.
Papá entabla conversación con todo aquel que no lleve auriculares, normalmente sobre el tiempo o sobre el último partido del Madrí, porque él piensa que a todo el que vive en Madrid tiene que gustarle el fútbol y ser del Madrí.
Desde que se enteró que hogaño es el 75 aniversario de la EMT, ha girado la dialéctica y, cuando entabla conversación, en vez de hablar de lo que sigue llamando “balompié”, le dice que la empresa de transporte y él son quintos. Papá mantiene que “hogaño” está recogido en el diccionario.
Hablo en presente, pero hace cinco días que se lo llevó el covid y es la primera vez que subo al bus desde el funeral.
Y me sorprendo contándoselo al conductor, después de darle los buenos días sin poder contener las lágrimas, mientras espero el cambio de los cinco euros.
El paseo. Aquella noche contemplaba la Gran Vía desde la ventana del autobús cuando vi la imponente silueta de Rita Hayworth, con sus icónicos guantes negros y los hombros descubiertos, seduciendo a los congregados frente al Palacio de la Música.
Me alegró saber que una joya cinematográfica como «Gilda» pudiera ser apreciada por nuevas generaciones, 75 años después. Fue entonces cuando escuché a otro pasajero decir que hoy era el día del estreno. Alguien más comentó que la película debería estar prohibida porque verla era “un pecado”.
De inmediato advertí que algo no me resultaba familiar. Todos vestían de forma clásica, la atmósfera parecía intervenida por un filtro sepia y ese segundo piso, ¿de dónde salió?
El autobús paró y por la parte de atrás salí hacia la bulliciosa calle. “Esta puerta tampoco debería estar aquí”, pensé mientras tomaba distancia para leer una enorme publicidad vintage en uno de sus laterales.
Una voz me sacó de mis absortos pensamientos. “El Guy Arab llegó cuando se fundó la EMT y también es mi favorito”, me dijo sonriente el vigilante del museo en el que, sin entender cómo, me encontraba. “Esperamos que el paseo por la historia haya sido de su agrado”.
El conductor ejemplar. Le insistí en que diera la vuelta, señor juez. Yo lo conozco de toda la vida. Imagínese que empezamos a trabajar casi a la vez y llevo cogiendo su línea desde que empecé en la tienda de colchones de Embajadores. Nunca se había comportado así. Diría de él que es un conductor diligente, amable con los pasajeros y atento a la circulación. Ni un mal bocinazo podría declarar en su contra.
Debieron de ser los preparativos de la fiesta del aniversario de la empresa de transporte y la proximidad de la jubilación. Me dio por preguntarle por los planes que tenía para su retiro y ahí cambió todo. Le comenzaron a brillar los ojos de la emoción y se convirtió en un torrente de palabras. Le juro que jamás se entretenía con los viajeros, pero pisó el acelerador y cuando nos dimos cuenta estábamos en la A4. Sé que todos llegaron tarde a sus destinos, pero le pido que sea clemente. Solo por ver a la señora del pelo blanco remojarse los pies en la playa de La Caleta, debería absolverlo: era la primera vez que veía el mar.
En el apartado de fotografía por Instagram, hemos recibido más de 100 propuestas maravillosas. Puedes observarlas todas bajo el hastag #Concurso75añosEMT pero aquí tienes algunas de las fantásticas imágenes participantes.
Recordamos que además existe el premio a los más votados, tanto de microrrelatos como de fotografía, que se llevarán 100€ cada uno. A todos los ganadores se les comunicará personalmente y antes del 31de diciembre podrás ver la lista completa en nuestras redes sociales y web.
¡Gracias a todos por vuestra respuesta y participación y… suerte!
¡Geniales!
No comprendo por qué si en las bases especificaban que era imprescindible que la temática de los relatos fuera sobre el 75 aniversario, muchos de ellos no hablen en absoluto de nada de eso.
Enhorabuena a los seleccionados, algunos son muy buenos.
Voto por 75 años juntos de MICRORRELATO.
NO sé si es por aquí la votación
Buenos días. La votación del público se realizaba en la web del concurso, pero ya ha finalizado. Estos son los 15 finalistas del jurado, de ellos saldrán los dos ganadores correspondientes.
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